Alejandra Ramírez 39 años
Mi problema empezó con un leve dolor en la parte superior de la mandíbula izquierda. Pensé que tenía una caries y acudí al dentista, quien me dijo que no tenía ninguna caries, pero que tenía fisurado y desgastado un colmillo como consecuencia de apretar los dientes por las noches. Me dijo también que tenía que hacerme una férula de descarga para dormir y evitar que el colmillo se me partiera.
Pasaron los meses y cada vez era más fuerte el dolor y ya no sólo se situaba en la mandíbula superior, sino que también subía hacia la aleta de la nariz y la ceja izquierdas. Volví a acudir al dentista y esta vez me dijo que era porque tenía maloclusión, me limó selectivamente los dientes y me dijo que tenía que ponerme alineadores invisibles de ortodoncia.
No me quedé conforme y visité a otro dentista, que me dijo lo mismo, que tenía maloclusión. También me limó otra vez los dientes y me remitió a un ortodoncista para que me hiciera la ortodoncia. Al mismo tiempo, como la desesperación por el dolor era tan grande, visité a un otorrino. Éste me dijo que no tenía sinusitis, pero que creía que podía padecer neuralgia de trigémino.
Con esta nueva información, acudí a una neuróloga que, después de hacerme unas prubas, me diagnosticó de neuralgia de trigémino. Sentía dolor en la boca, la nariz y la ceja izquierda e intermitentemente descargas eléctricas en el cerebro que me dejaban paralizada por el dolor.
Me mandó medicación (Trileptal) y, pasado un tiempo, como seguía con el mismo dolor, me subió la dosis y me pinchó Botox en las zonas de la cara donde sentía dolor. Con estas medidas en ocasiones notaba cierta mejoría, pero cuando menos lo esperaba, volvía el dolor. Era horrible vivir así.
Un día mi cuñada, que es ortodoncista, me habló de Javier y de su trabajo, y no me lo pensé. Miré en la web de su clínica y mientras esperaba a que llegase el día de la cita, fui siguiendo los consejos que vi en la web y noté cómo iba mejorando.
En la primera visita me dijo exactamente qué pasaba y qué había que hacer.
Por primera vez desde que empezó este calvario tuve la sensación de que el profesional que me hablaba sabía de lo que estaba hablando.
Lo primero que hizo fue decirme que dejase de usar la férula de descarga porque impedía el correcto cierre de la boca durante el sueño.
En la siguiente visita me quitó una protuberancia ósea que tenía a ambos lados del maxilar y me hicieron un escáner de la boca para hacerme un aparato que corregiría la posición de la mandíbula. En dos semanas volví a la consulta, ya recuperada totalmente de la microcirugía para recoger el aparato.
Al principio tenía que llevarlo el máximo tiempo posible, pero en la siguiente visita, como la mejoría era ya notable, pasé a usarlo para dormir y durante las actividades que me resultan estresantes.
Después de 6 meses puedo decir que ya no tomo ningún tipo de medicación para la neuralgia de trigémino y que no siento dolor alguno.
También puedo decir que no es magia, que tal y como me dijo Javier, «es un camino con sus altos y sus bajos», pero la constancia tiene sus frutos. No se me ocurre dormir sin el aparato o volver a mis malos hábitos posturales, como beber en botella, porque no quiero volver a estar mal.
Estoy muy muy agradecida a Javier y a todo su equipo por el buen hacer pero, sobre todo, por la humanidad que tienen. Siempre amables, con una sonrisa y disponibles cuando los necesitas.
Si tienes un dolor parecido al mío, no lo dudes, aunque no estás cerca merece la pena el desplazamiento.
VIVIR SIN DOLOR NO TIENE PRECIO